Por Popi Garrido // www.flickr.com/photos/danielahuilen

«Esto no es teatro, esto es un show. No son personajes, son actores». En Chicos Malos se oscila entre estas dos miradas, ficción y realidad. Y hace así, que uno también se balancee entre estos dos polos, que son tan distintos, pero que en esta puesta, conviven.

Dirigida y escrita por Gabriel Dávila, la obra forma parte de una trilogía completada junto a Chicos Feos y Chicos Lindos, todos los domingos en «La Sodería», teatro del barrio porteño de Belgrano. Cada espacio, “ficción y realidad”, despierta diversas opiniones y sensaciones; hasta inclusive distintos grados de comodidad y extrañeza. Personalmente, al entrar en esta propuesta nueva, y hasta un poco disruptiva, creo que hubo mayor identificación con ciertos momentos ficcionales, de reflexión, y hasta introspección, o por lo menos sentimos la sensación de seguridad y comodidad. Pero acá se mezclan esos dos mundos y así también las sensaciones que generan, eso es lo interesante. Es como una especie de vaivén. Sin saber qué va a pasar, sacude a uno de la seguridad de una obra de teatro convencional, con historia, relato, problema y desenlace.

Entretenerse con un show, bailado, actuado en exceso y que de repente, irrumpa «lo real», el actor, ya no el personaje. Una obra que nos pregunta ¿qué es el teatro? ¿Qué esperamos de él? ¿Qué es lo que queremos ver, un actor o un personaje? ¿Realmente son tan indisociables? Una obra que describe y se autodescribe. Y también se critica, pero con los mismos contenidos que critica, se expone, se muestra ante un público que también puede criticar y repensar.

En la apertura, ya nos esperan diez actores -o personajes- en el escenario e interactuando con el público. Las interpretaciones no muestran una gran destreza actoral, después de todo, lo que se quiere mostrar es el costado del actor, no del personaje. Torsos desnudos, cuerpos aceitados, toqueteos constantes, exposición al 100%; Y a su vez, la repregunta hacia ese mundo de espectáculo y exposición. Actores que, literalmente, se despojan ante la audiencia. Que mutan, sorprenden, transmiten que el teatro puede no ser uno solo. Se animan a mostrar el teatro de otra manera, resaltan estereotipos, los muestran, se ríen de ellos y se pasa a otra escena, o ni siquiera sabemos si llamarlas escena.

Una obra que sorprende constantemente, que sacude, que no podés evitar no prestarle atención. Cachetea, se hace visible, hasta quiere llamar la atención. No tiene prejuicio de mostrarse como alternativa a otro tipo de puestas, ni siquiera alternativa, sino mostrarse como algo digno de ser mirado.