Por Juan Manrrique // @shinobinews
Ph: Micaela Segovia
«Tarda en llegar pero al final hay recompensa» cantó alguna vez un gran artista, y el pasado viernes le dio la razón a todos los fans del Punk ya que pudieron disfrutar, en un Niceto colmado, del excelente show de The Muffs en su primera -y esperemos no última- visita a Argentina.
Gorros, camperas cerradas, autos con las ventanillas bien arriba, síntomas de una noche que se anticipaba fría y, tal vez, desolada… Fría y desolada para todos aquellos que no se encontraran cerca de las inmediaciones de Niceto, porque tanto fuera como dentro el aire comenzaba a calentarse de la mano de los chicos de Autopista. Media hora después los sucederían los «Ramoiggystoneros» (?) Pelea de Gallos, liderados por Juan Novoa.
Si aún quedaba alguna posibilidad de que el ambiente decayera, Mamushkas, con Tomás Loiseau a la cabeza, la anularía al tomar el timón de la fiesta con su Punk Rock con toques Ska. Y cuando decimos «toques Ska» no nos limitamos sólo a una influencia sino a sus dos invitados: Tomba y Gastón González -saxo y trompeta, respectivamente-, y su brillante versión de Wish You Were Here de Pink Floyd. Gran performance de estos muchachos que, a pesar de contar ya con un historial cargado, se perfilan hacia un futuro todavía más prometedor.
Una vez finalizado el cover First Time de los británicos The Boys, Mamushkas abandonaba el escenario preparándonos para la recta final: The Muffs.
Formados a finales de los ’90, el cuarteto compuesto por Kim Shattuck, Melanie Vammen -ambas ex integrantes de The Pandoras-, Ronnie Barnett y Criss Crass, se hizo un lugar rápidamente en la escena al presentar su fórmula Pop Punk -en un intento de definir su estilo musical-: canciones cortas, amistosas, de melodías pegadizas y con un humor bastante particular. Después de su éxito inicial y de un par de idas y venidas, los californianos se establecieron como trío, y no uno simplemente musical: Shattuck -voz y guitarra; composición, producción e ingeniería-, Barnett -bajo y coros; relaciones públicas- y Roy McDonald -batería; grabación, distribución y merchandising-, manteniendo ese espíritu «Do It Yourself» característico del under. Luego sería el tiempo el que los convertiría en un icono del Punk.
A las 22:45, tal como estaba programado, comenzó a sonar la clásica canción de «pseudodeportiva» Chariots of Fire, para que segundos después se abriera el telón y The Muffs recibiera su bien merecida ovación. Ellos devolverían el gesto con el primer triplete de clásicos compuesto por Nothing, Lucky Guy y On and on. Había euforia tanto arriba como abajo del escenario, como si de un pregunta y respuesta se tratase: la banda contagiando su efervescencia al público, el público que implosionaba en pogo, saltos y coros intensificando la actitud de la banda, y así sucesivamente.
Sin dar respiro despacharían Take a Take a me, No Holiday y Honeymoon, y en esta última volvía a palparse la retroalimentación mencionada antes, traducida en un baile sensual de Kim por un lado, y en un «olé, olé, olé, olá» de la gente, por el otro.
Llegarían clásicos como From Your Girl, no tan clásicos como Weird Boy Next Door, e incluso una canción interpretada a pedido del público: Outer Space. No importaba cuál fuera, la fluidez interpretativa, la comunicación, la diversión… sí, la diversión, porque estábamos en presencia de una banda que parece no verse afectada por el tiempo: se divertían como si fuera un ensayo de amigos, y no sólo eso sino que su poder, destreza y actitud no menguaban para nada, ¡parecían unos adolescentes -¿absorberán la vitalidad de niños al mejor estilo «Mirtha Legrand»?-!
El bloque finalizaba con Ethyl my Love -proveniente del disco Blonder and Blonder, ejecutado casi por completo a lo largo de la noche-, donde, por si no se había podido apreciar antes -algo imposible-, se dejaba al descubierto la técnica soberbia de Roy en la batería -poco común para el estilo-, la solidez de Ronnie -incluso corriendo de un extremo al otro del escenario-, y la magia tan característica de Kim, puesta en su experimentada guitarra y, aún más, en su capacidad de lograr una melodía vocal sumamente suave o un grito desgarrador.
El recital llegaba a su fin de la mano de Saying Goodbye y una canción inédita, pero nada de eso era relevante ya. No era relevante y se demostraba en la cara de satisfacción de los más experimentados, en la alegría de los más jóvenes, y en la de quien les escribe, que mientras esperaba el colectivo con una sonrisa idiota no dejaba de tararear Saying Goodbye a la vez que se preguntaba «¿con la vitalidad de un pequeño a la semana bastará?».
Compartimos a continuación algo más de la labor fotográfica de Micaela Segovia, y le damos las gracias por colaborar con su material.
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