Por Mariano Aratta // @gutenseth
Fotos: Prensa Los Brujos
Si una hormiga hubiera querido acercarse al Centro Cultural Recoleta no hubiera tenido espacio siquiera para caminar. No había lugar ni para respirar. El inicio de un nuevo Festival Ciudad Emergente oficiaba de excusa, pero la mayoría de esas personas «aceleradas» estaban allí para presenciar el retorno de Los Brujos, tras 16 años de ausencia de los escenarios. La banda que construyó su propio mito alrededor de presentaciones desquiciadas y sólo tres discos regresó, porque tiene más para decirnos.
El «acelere» y la ansiedad eran más que justificados. Los Brujos son una banda de culto. En su momento fueron una bocanada de aire fresco, apareciendo dentro del movimiento llamado pomposamente «nuevo rock argentino» de principios de los ’90, que supuso la renovación de una escena local un tanto oxidada. Fue el momento del surgimiento de Los Brujos, pero también de Peligrosos Gorriones, Los Visitantes, Babásonicos, El Otro Yo, Juana la Loca o Fun People, entre tantos otros que quedaron en la historia. Muchas de estas bandas han sido injustamente olvidadas o dejadas en segundo plano. Los Brujos propusieron gran parte de ese movimiento renovador, haciéndose eco de sonidos que en Argentina no abundaban y llevando la experimentación como bandera, sobre todo hacia el final de su corta carrera -y en sus proyectos solistas posteriores-. Innovaban, eran «visual» antes que conozcamos el rock japonés, iban a lo visceral de un punk crudo y luego coqueteaban con el dub y la electrónica. Todo en combo hardcore-funk-rap-artie. Siempre sonaron muy bien y fueron más importantes para la escena local de lo que se cree… ni hablar de su paseo por la Web: fueron la primera banda argentina en introducirse a Internet. En una escena local mainstream en este momento estancada y vetusta -no así en el under, donde está la innovación y lo arriesgado, como estos muchachos hace 20 años-, que vuelvan bandas de los ’90 como Peligrosos Gorriones hace poco y Los Brujos ahora, es más un signo de la decadencia musical que atravesamos que de un deseo de hacer dinero por parte de los protagonistas.
Pido perdón por semejante paréntesis, pero considero necesario de vez en cuando repensar cómo la música nacional otrora tan diferente se volvió una paleta de riffs, quintas y fórmulas repetitivas a nivel masivo, dentro de la eterna discusión de si «el músico propone esto o el público pide aquello» que es innecesaria traer a este espacio. Pero dejo planteada una vez más la cuestión, para que el lector melómano siga analizando.
Ahora sí, nos adentramos en lo que fue el show retorno de esta banda de eternos dementes disfrazados, el pasado miércoles 4 de junio, renovados, con la experiencia adquirida, mejor sonido, más pulidos, más «estilo años 2000». Intensos. Con una nueva estética también, como podrán ver en el material de prensa y en las fotos que acompañan esta nota. Intactos, sombríos, con nuevos nombres de fantasía y sus «voces de extraterrestres».
Volvieron, y en versión 2014. Con la sofisticación de sus trajes, en elegante blanco y negro y sombreros cónicos, las sombras de la nueva formación -a Sergio Moreno, Metal Lee Chi, lo reemplazó Gregorio Martínez, bajista de Buenos Aires Karma y Leo García– se erigieron para proyectar la primera postal visual de su retorno. Estos son los nuevos Brujos: la evolución de aquellos disfraces de bajo presupuesto, de harapos pegados con cinta adhesiva, hacia esta adultez pulcra pero igual de misteriosa, cuasi masónica. Desde su solemnidad, los nuevos Brujos aparentan dominar las artes ocultas, una magia más oscura.
Comenzaron con un instrumental que luego fue mutando hacia Gagarin y significó la aparición en escena de los cantantes Ale Alaci -antes Robo-Yi, ahora ZPQ– y Ricky Rúa -antes Mala-Yi, ahora Elle Iluminatti-. Ahí mismo todo volvió a 1995, los nostálgicos recordaban Cemento o Prix D’ami. Y cuando una geisha entró para pronunciar las palabras mágicas «los brujos wa uchuu kara kite iru no de mondai nai», Psicosis Total hizo estallar el pogo descontrolado. Luego se sucedieron Canción del Cronopio, Piso Liso y Flipper, temas que eran indispensables en la lista noventosa, que se intercalaron con otras nuevas piezas, que formarán parte de un disco prometido para septiembre: Beat Hit -recuperada de ensayos del ’98, con Gabo Manelli, ex Babasónicos, en bajo-, La Hiena y Buen Humor. Y llegó el turno de los clásicos: Vudú, con la densidad tenebrosa de un canto de sacrificio, todos con bolsas de arpillera en la cabeza y la viola sónica de Gabriel Guerrisi -antes X Mental, ahora Etna Rocker– en el solo hipnótico; Sasquatch, el pulso punkcore de la batería, el funk metálico, la demencia lírica de un tema sobre el yeti, la agresividad del público y la locura desatada; Mi Papi no te Quiere y descontrol masivo… a esta altura todos sabíamos que se venía el final. Pero esperábamos algo más.
«La gira intergaláctica duró un largo tiempo pero ya estamos de nuevo en la Tierra: the aliens are back», fueron las palabras casi despedida del show, un aliciente para la gran carencia del listado, que nadie esperaba. Porque volvieron Los Brujos pero no tocaron Kanishka, La Bomba Musical y Aguaviva. Una decisión que nos hace acordar a aquella histórica noche en la que telonearon a Nirvana y Kurt Cobain se negó a cantar Smells Like Teen Spirit. Quizás homenaje, quizas casualidad, quizás inspiración o copia… porque todo en esa caótica expresión sonora y performática de Los Brujos está asociado y se complementa con un hilo conceptual.
A la salida, a paso de tortuga por los pasillos repletos, los asiduos asistentes al festival comentaban que hasta esa noche no se había visto tanto pogo ni tanto mosh en ninguna de las siete ediciones que se realizaron del Ciudad Emergente. Nos quedamos con ganas de más. No por la ausencia de canciones en la lista, sino por lo corto del show. Como si luego de una prolongada abstinencia alimenticia nos hubieran dado sólo un caramelo. Es un adelanto, un anticipo, hay que hacerlo durar en la boca, porque lo mejor está por venir.