Por Seth
Y llegó el día. Hoy se estrenó el cierre de la oscura y terrible trilogía del Batman de Christopher Nolan. En unos cines plagados de niños en vacaciones de invierno y con más de la mitad de las copias dobladas al español, dejándonos las subtituladas para los horarios nocturnos y con salas saturadas totalmente, al menos durante las primeras semanas. Pero a no desesperar, Batman: The Dark Knight Rises es una de esas películas que van a estar durante mucho tiempo en pantalla.
Los temores que acechan a la sociedad estadounidense, como la paranoia de un ataque terrorista, una rebelión popular o una masacre como la ocurrida la semana última en un cine de Denver, afloran como fantasmas en esta película. Apartado como un ermitaño, fuera de forma y… ¡rengo!, Bruce Wayne permanece al margen de todo desde que Batman se convirtió en un fugitivo de la justicia -recordar la película anterior-, al asumir la culpa por la muerte del fiscal Harvey Dent.
Protagonizada nuevamente por Christian Bale, la película hace honor a su título al invocar permanentemente el ascenso de Batman desde las profundidades de su alma y también, más gráficamente, de un enorme pozo-cárcel ubicado en medio del desierto, donde debe recomponer su cuerpo y espíritu antes de salir a la superficie. Tratando de purgar la culpa que le generó la muerte de la mujer que amaba, Wayne–Batman se esconde como un murciélago hasta que las nuevas circunstancias sociales y políticas en Ciudad Gótica, atacada por una guerrilla de mercenarios conducida por Bane –Tom Hardy-, lo obligan a reaparecer.
Este nuevo villano, entrenado en las artes del miedo y de la guerra amenaza con destruir la ciudad con un artefacto nuclear convertido en bomba atómica, provoca el caos y la confusión entre la población e incita a la gente a unirse a una revuelta popular. La película parece asociar la revolución caótica y siniestra provocada por Bane en contra de poderosos inescrupulosos con cualquier otra revuelta popular surgida legítimamente en el mundo contra las injusticias y las desigualdades impuestas por el sistema capitalista.
A Batman lo acompañan sus colaboradores de siempre: Alfred –Michael Caine-, el inventor de armas Lucius Fox –Morgan Freeman-, el comisionado Gordon –Gary Oldman-, y otros que se suman ahora a su cruzada, como Selina Kyle, alias Gatúbela, encarnada por Anne Hathaway como una ladrona de joyas que busca limpiar su pasado. Entre los nuevos aliados de Batman se destaca el joven e idealista John Blake –Joseph Gordon-Levitt-, un policía de Ciudad Gótica que creció en un orfanato subsidiado por las empresas Wayne.
El cierre de sus películas es algo que indudablemente le preocupa a Nolan, y donde quizás más se note su perfeccionismo y miedo a fallar. Siempre importa el impacto. Como importó en Memento, en El Gran Truco y, especialmente en Inception, cuya escena final adquirió un protagónico mayor al de la obra total. La provocación de sus finales es fiel a la narración y no un recurso incluido como gesto de grandilocuencia. En todo caso, la grandilocuencia pasa por querer subir la vara y concluir la historia con ese espíritu épico que mencionaba anteriormente. Así es como el final de la trilogía se convierte, al mismo tiempo, en su mayor desafío y, también al mismo tiempo, en una razón imprescindible para que el espectador se ponga frente a la historia. Para ver cómo termina, sí. Pero ese «cómo», ya sabemos, puede dejarnos, tratándose de Nolan, en un estado de éxtasis absoluto.
La película fue muy bien recibida por críticos muy exigentes de la prensa norteamericana y por quienes asistieron a la avant-premier local. Sólo nos queda sentarnos en la butaca y dejarnos sumergir en ese mundo de luz y oscuridad, que nos maravillará y transportará bien lejos de esta tierra de crímenes y castigos, a otra tierra, de similares características, pero onírica en su totalidad.
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