Por Isaias Brizuela // @shinobinews
PH: Day Soria / Tumbrl
Sig Ragga es una de las bandas más épicas del rock argentino y el viernes volvieron a demostrarlo. En un Niceto colmado, presentaron la potencia de esa combinación de música, teatro y artes plásticas, los pilares que crean la obra llamada, sin más, Sig Ragga.
Después de 20 años recorriendo los escenarios del país y América Latina, los santafecinos crearon una forma única de presentarse y esa es su mayor riqueza.
La música es lo primero, un sonido que complejizaron a lo largo de los años. Desde aquellas primeras canciones cercanas a la raíz del reggae argentino hasta las últimas de La Promesa de Thamar, disco que los sitúa en un territorio poco explorado por el rock local: el rock progresivo. La Máquina de Hacer Pájaros y las bandas de Luis Alberto Spinetta fueron algunos de los artistas más destacados del sonido progresivo. De hecho, el fantasma del cantautor de Bajo Belgrano parece materializarse en la voz de Gustavo Cortés. Sin embargo, Cortés va más allá del Flaco, convirtiéndose por momentos en un cantante de ópera, en un actor o un intérprete.
Sig Ragga sólo tiene tres discos, pero actúan como si tuvieran una decena o los suficientes para crear un concierto a su medida. Una hora y media y algunos minutos más, puede parecer poco tiempo para una banda tan conectada emocionalmente con su público. En el Infinito, canción de Aquelarre -2013-, fue un ejemplo de esa unión, casi diez minutos de fusión perfecta entre la voz de «Tavo» y el público. La emoción flotaba en el aire de Niceto Club y la noción del tiempo era apenas una anécdota. Arlequín, Antonia -ambas del mencionado La Promesa…- y Matata -otra de Aquelarre-, fueron otras de esas canciones compuestas y cantadas para un concierto así, con una potencia teatral.
Como en cualquier otra presentación de Sig Ragga, un clásico vuelve a la escena, sus cuatro músicos llevaban un vestuario con reminiscencias a trajes espaciales y la ópera de Pagliacci. A pesar de ser un clásico, nada sería lo mismo sin aquella personificación y, quizá, tampoco existiría ese enlace espiritual con la audiencia.
Lo teatral no está únicamente definido por los trajes, también hay una escenografía. En este caso, una pintura con tintes barrocos al fondo de los músicos y una iluminación estratégica, hacían que los movimientos de los músicos fueran algo más que eso. Todo en Sig Ragga está meticulosamente ordenado, nada es azaroso. Por eso el concierto comenzó y terminó sin ningún tipo de intervención de su cantante. Siempre es sorprendente encontrar bandas que evitan los «gracias», «son un público hermoso» o «si la saben, canten«, frases típicas del rock que invita a corear sus canciones o a generar simpatía en un público frío. Para Sig Ragga, esas intervenciones hubieran generado un quiebre, algo desubicado en un concierto épico de principio a fin.
Recién después del último acorde, la banda agradeció al público y a cada uno de sus asistentes fuera del escenario. Su trabajo es fundamental, tanto como esos tres discos que repasaron esa noche de noviembre en Palermo.
Compartimos más fotos, de la cámara de Day Soria:
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